Todavía no sé muy bien cómo tomarme esto de «compartir» con los famosos sus momentos mas íntimos. Hemos pasado de encumbrarlos como dioses y conocer más bien el mito antes que la persona, a ser testigos de su vida más familiar, personal y sus farras. Y todo esto lo han hecho ellos voluntariamente: nos enseñan a sus retoños, sus parejas, sus familiares, cómo están conectados unos con otros, cómo beben y se drogan y todo lo imaginable y por imaginar.
¿Os acordáis de aquellos tiempos en los que para hacer una foto antes había que comprar un carrete? Con la llegada de las cámaras digitales la cosa empezó a cambiar, sobretodo cuando decidieron incluir entre el equipamiento de los móviles cámaras de alta resolución. Y todo tipo de aplicaciones y de redes sociales para compartirlas. Y así nació la fiebre Instagram.
No sé vosotros, pero yo no podría vivir sin mi iPhone. Y ya sé que eso nos aísla un poco, y es bastante irrespetuoso cuando estás hablando con una persona, o en una comida familiar, y se sacan el iPhone para revisar su RSS o enviar un whatsapp a su primo, o mirar qué tiempo va a hacer mañana. Deberíamos aprender a controlarnos un poquito, lo sé, pero es taaaaaan adictivo.
