Este año, más que nunca, mi piel ha sufrido los estragos de mi fiebre de viajera. Además de lo ya explicado en el artículo publicado en este mismo blog el día 10 de Junio con el título «Viajando voy, viajando vengo», esta vez se añadía un factor totalmente fuera de nuestro control, pero decisivo: el cambio de hemisferio.
Y os preguntaréis… ¿¿Eso qué importa?? Pues mucho, porque cambio de Hemisferio quiere decir que cuando aquí es verano, allí es invierno, y eso para la piel, es un guantazo en toda regla.
En menos de tres o cuatro días, como máximo, mi cara estaba cubierta (y cuando digo cubierta, es cubierta) de granos. La piel me ardía, enrojecida de las temperaturas bajo cero, y sufriendo el contraste con los 35ºC a los que estaba acostumbrada.
La cura fue sencilla: paciencia y constancia. Al llegar a casa, después de las visitas: lavado de cara con jabón astringente + cremita facial (la de siempre, recordad, no cambiéis de marca en medio de unas vacaciones). Al levantarme: ducha + crema facial + (pasados 5 minutos) protector solar Isdin Factor 40 (sobre todo, si se va a la nieve) + protector labial para deportistas de Deliplus Factor 15.
Al cabo de otros 4-5 días, el cutis empezó a mejorar y a acostumbrarse a las nuevas temperaturas, y al finalizar la semana, ya volvía a su estado normal en su nivel de grasa e hidratación. Además, los labios se mantuvieron en un estado medianamente aceptable de hidratación, y la cara dejó de quemar.
En cuanto al pelo, no tuve que preocuparme demasiado, ya que al llevar gorro todo el día para frío estaba más que protegido. Por tanto lo de siempre, en invierno: lavarlo día sí – día no, secarlo bien, y nada más.
Por: Noemozica